De vez en cuando los medios de comunicación nos sorprenden con datos, cifras o un último caso de VIOLENCIA INFANTIL (generalmente en la aulas). Se nos ponen los pelos de punta cuando un chaval se suicida porque ya no puede aguantar más el acoso escolar, o cuando se denuncian casos de abusos sexuales (incluso violaciones) entre compañeros o dan una paliza a un chico que termina en el hospital. Sin embargo, creo que estos temas, que tanto horror nos causan, son solo la punta del iceberg. Los niños tan solo nos muestran, sin ficciones y sin hipocresías, en qué sociedad viven.
Creo que el ser humano termina acostumbrándose a un nivel determinado de violencia. Si de niño eres pegado por tus padres, terminarás integrando que la forma de relacionarte, que la manera de estar en este mundo, es la violencia. Si te has sentido tan abusado, tan abandonado, tan herido en tu interior y te revelas ante esto, puede que optes por manifestar tu dolor en forma de violencia dirigida hacia los demás o hacia ti mismo.
Una mujer que es agredida por su pareja, ha interiorizado un nivel de violencia determinado que, poco tiene que ver con la violencia que podría permitir otra persona que haya sido criada y acostumbrada a una violencia mucho menor. La violencia no es inherente al ser humano. Cada cultura modula el nivel de violencia considerada “normal” en ella. En EEUU, los ciudadanos honrados tienen armas de fuego en sus casa, mientras que aquí sería algo descabellado.
Hace una semana acompañaba a mi hija en un parque. Había cuatro columpios y mi hija esperaba paciente a que los niños que estaban en ellos terminaran. Cuando uno de los columpios queda vacío, otra niña, se acerca corriendo y le quita la vez. Yo observo la escena pero no intervengo. La niña que se salta el turno sabe que lo está haciendo y, mientras se columpia, mira a mi hija y se ríe. Sabe que está fastidiando a otra persona y le hace gracia. Se siente vencedora.
Mi hija no se desanima y escoge otro columpio en el que están una niña algo más pequeña y su abuela. Está vez se pone más cerca para que nadie corriendo pueda quitarle la vez. Cuando terminan de columpiarse y mi hija está a punto de coger el columpio, la niña que le había quitado el columpio por primera vez, sale corriendo y hace el intento de dejarla otra vez sin columpio. La abuela reacciona y le dice a la niña que ella no está primero y que le toca a mi hija. No me gusta inmiscuirme mucho en las situaciones generadas por los niños y espero siempre que ellos se autoregulen, aunque he de confesar que en esta ocasión sí que iba a acercarme a hablar con la niña. Al fin mi hija tiene un columpio y la niña mira, de reojo, visiblemente contrariada.
¿Qué motiva a esta niña a querer dañar a otra?, ¿Por qué le causa tanto regocijo “fastidiar” a los demás?, ¿Cuántas veces no ha experimentado ella en su propia carne este hecho?, ¿No hay ningún adulto en su vida con quien pueda compartir su malestar y enojo?.
Este es un ejemplo del nivel de violencia al que los niños se acostumbran: terminan siendo víctimas o verdugos o, lo más habitual, víctimas y verdugos. Personalmente, no deseo que mi hija se acostumbre a este nivel de violencia y, si soy sincera, yo tampoco. Fuente: Grupo materna
Violencia infantil en columpios
miércoles 9 de mayo, 2012
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